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Diagnóstico sentimental de un riñón

Actualizado: 26 feb 2020

Estefania Mosca y Melissa González


Esta es la historia de un cinco, un cero y un seis. El primero traduce la configuración de los sentidos dispuestos para una labor que requiere precisión, profesión y tacto humano. El segundo hace referencia a esa hora en la que el día acaba, aunque la esperanza no termine: 00.00 h. El tercero adquiere importancia cuando se convierte en el último dígito del año en el que José Javier Arango Álvarez adquiere su título de médico. Pero, más significativo es cuando esos tres números con miles de usos y programaciones específicas alrededor del mundo, consiguen por casualidad del destino encarnar la dirección exacta de aquellos que buscan obtener un riñón: el consultorio 506. Donde la confianza empieza y la ilusión de una vida menos compleja parece nunca cesar.


Los pasos se tejen hacía ese lugar, pues está ubicado detrás de los frondosos árboles y la escultura colonial del tronco y el hacha. Más allá se contempla un edificio teñido de color marfil. En la parte superior se sitúa la figura de un grano de café tostado, acompañado de letras talladas en alto relieve. El bullicio de los citadinos, las ruedas de las camillas que rechinan sobre la rampa y las ambulancias en espera de trasladar un paciente; conforman la eterna misión médica. Entre el ajetreo que exige una clínica, las personas parecen divagar y se pierden en su propia historia, sin embargo, el último piso tiene un significado especial, abriga entre sus pasillos la puerta que puede aliviar los incómodos dolores que produce la ausencia de un riñón o la imperfección de alguno de ellos. Después de un momento fugaz en el ascensor, lo primero que se observa es esa entrada en el costado derecho del pasillo, compuesta por un material casi transparente, salvo por el enorme y azulado título de la entidad que recuerda el verdadero fin de aquel consultorio.


El reloj marca las 10:00 de la mañana. Hay por lo menos, seis personas en la sala de espera. La mayoría tienen sus ojos encadenados a los papeles que llevan en mano, los observan, esperan con paciencia su turno y otros comentan cotidianidades; los matices exclusivos de cada vida. Además, llevan una pequeña carpeta en la que parecen atesorar sus chequeos. De vez en cuando lanzan un vistazo al cerrojo de la puerta, entre ojos afanosos e inquietos, después de todo, con solo mirarlos, ya sabes cuál es la persona que espera el milagro divino y científico, pues, aquellos parecen apretar las manos para contener los nervios. Todo este conglomerado de expresiones se produce bajo el acecho de la incertidumbre, que genera estar sentado del otro lado de la realidad; en el cual no sabes si el hilo de la vida se romperá hoy, mañana o cualquier día.

...

La hora ha llegado, es tiempo de continuar hacía el descubrimiento del hombre que alivia vidas. Entonces nos acercamos con una mirada curiosa, observamos su presencia y nos ubicamos justo en frente de su estampa, inmediatamente nos reconoce. Nuestros rostros se le hacen familiares, puesto que el día lunes ya se había pactado la entrevista. Así pues, en medio del tráfago cotidiano que conlleva el consultorio, dice:


—Ténganme paciencia —musita, como si por un momento tuviera un compromiso similar al que tiene con sus pacientes.


Después, regresamos a la sala de espera. Aguardamos ansiosas a que el médico cumpla con su misión. Luego de atender al último paciente, sale presurosamente con una sonrisa desbordada con la que muy amablemente nos invita a pasar al templo de su vocación. He aquí al testigo de largos procesos exitosos y al espacio donde la sensibilidad permanece para abrigar las almas desconsoladas. Nuestras mentes parecen inquietas al contemplar su lugar de trabajo. Los artefactos denotan el complejo mundo de la salud. La pequeña habitación donde se analizan cuerpos pero se descubren almas, está compuesta de un escritorio mediano y un computador de mesa que almacena las cientos o miles de fórmulas que la eminencia arroja desde el otro lado de la realidad. Justo enfrente, se sitúa la silla que ocupa el paciente. Ese lugar que aparenta serenidad y despreocupación ha contemplado pieles, historias y edades diversas, incluso él mismo declara que ni siquiera los niños están exentos de necesitar un órgano, mas, sostiene —siempre priman los niños en trasplante. Por eso, hay muy poquitos en diálisis — afirma con cierto júbilo. La realidad es más esperanzadora para los infantes.


José Javier Arango Álvarez obtuvo su título de médico en 1996 de la Universidad del Quindío. Después estudió medicina interna y nefrología en la Javeriana de Bogotá. Refleja una emoción profunda, nos observa con detalle y entre poco confiesa la circunstancia que lo llevó a convertirse en el especialista del 506 —veo la medicina como un acto de servicio, los seres humanos, independientes de su profesión, están destinados a servir. La medicina es mi forma de vida, como me he educado, es el ascenso social desde donde venía, es acceso a muchas cosas en mi familia y lo más importante es que me ha gratificado en algo que yo no sabía: mi vocación de servicio —advierte con un tono inevitable de nobleza. La velocidad de su discurso es la vibra sonante de un hombre pasional que se estremece con el día a día de su profesión. La conversación fluye y de vez en cuando nos topamos con su lado sentimental, piensa un poco, luego nos habla del proceso de donación, tiene ánimos de mostrar el panorama de Colombia y Armenia, insistiendo en que la donación es muy importante y la gente tiene que ser consciente de que debe haber más cultura entorno a este ámbito. Desafortunadamente en nuestro país apenas se está empezando el proceso.


El cuerpo humano es una máquina de órganos que se comunica para funcionar a la perfección, pero cuando el proceso se interrumpe por una pieza desgastada, es necesario reemplazarla. Según el Instituto Nacional de Salud desde 2008 hasta 2016 solo 3.439 personas se convirtieron en donantes reales, frente a una cifra de 25.995 posibles donantes. Existen dos tipos de donantes renales; el vivo y el cadavérico. Están clasificados en diferentes categorías: el primero es el donante vivo relacionado que se refiere a la consanguinidad genética, ya sea papá, mamá, hermanos o cualquier pariente que sea compatible. El segundo es el donante no relacionado, referido a las personas que no tienen ningún vínculo familiar. Es preciso aclarar que en Colombia solo se acepta que ese donante sea la esposa o el esposo. Mas en algunos países del mundo se tienen criterios diferentes en cuanto a la aceptación de otro tipo de donantes.


El último es el donante cadavérico, relacionado con las personas que han tenido muerte encefálica. Toda la información que ha proporcionado es tan solo el contraste de un gran profesional de salud; sin embargo, la seguridad con la que afirma sus experiencias se ve empañada por la difícil realidad que viven muchas personas en Armenia y el resto del país —hay más pacientes en diálisis que trasplantados y debería ser al contrario. El inconveniente radica en que no hay tanta cultura de donación en el país — sostiene la voz, aunque a veces sobresale un pequeño quiebre de la misma, se conmueve y lentamente prosigue con el glosario de sus aportes a la conversación. Demuestra que aunque lo ha hecho de la mejor forma, todavía no es suficiente para suplir todas las necesidades renales que amerita la población.


La donación de órganos es una circunstancia tan compleja que en ocasiones se escapa de sus manos, por eso ratifica con vehemencia su postulado — Para manifestar la importancia de la donación, debe haber muchas campañas en los colegios, universidades, además de publicidad. La gente tiene que saber que el trasplante es fundamental; también que las personas deberían donar más. Para que en últimas, los pacientes que necesitan el trasplante puedan recibir el órgano que requieren —. Inmediatamente trae a colación los diferentes etapas que involucra el proceso. Empieza por decir que generalmente los servicios de urgencias o cuidados intensivos activan una serie de alarmas o alertas en el Instituto Nacional de Salud relacionadas con potenciales donantes. Posteriormente, cuando ya la familia está dispuesta a colaborar, se rescata el órgano. Seguidamente se extrae y se averigua en la lista de espera nacional, cuál es la persona más compatible para ser trasplantada. Por otro lado, los sitios que están habilitados en Colombia para ejercer este tipo de procedimientos son las ciudades más grandes como Cali, Medellín, Bogotá, Barranquilla, Bucaramanga y Neiva.


La charla prosigue y el doctor cede más rasgos relacionados con la muerte cerebral. Explica que a pesar de instaurarse una ley de donación es imposible pasar por encima de la familia. Entonces hace una pausa corta y expone que contrario a esto si alguien manifiesta en vida el deseo de utilizar sus órganos, ya es apto para convertirse en un donante en caso de sufrir muerte encefálica —Por eso, todos debemos manifestar en vida nuestro deseo de donar, para que sea mucho más eficiente el proceso — . Luego continúa, está conmovido, sin embargo su profesionalización se mantiene firme. Quizá esta actitud tan espontánea se asemeja a la compostura que mantiene cuando está al frente de una situación difícil —Si a mí me llega un paciente al consultorio llorando y triste, yo no podría decirle: No llore que estamos en una consulta externa. No, lo primero es preguntarle ¿Qué siente? ¿Qué le pasa? Por eso no hay un límite en el proceso. Desde las facultades de medicina se enseña — manifiesta, reflejando en él pequeños atisbos de humildad, pues relaja el ceño cuando nos referimos a los sentimientos engendrados por su profesión. La postura rígida de un hombre formal se transforma con la medida ascendente de la interacción en la presencia sobresaliente de un ser carismático. Más de aquí, menos de esa frontera tan amplia que construyen las personas cuando se refieren a un médico, aún más cuando se trata de un nefrólogo. Nuestra atención se localiza en su forma de acomodar las palabras para compartir las emociones que le produce interactuar con un ser vivo, tan sintiente como él. Después de todo un médico no puede curar bien sin comprender al enfermo.


Detrás de esa compostura poblada de austeridad, de esas leves líneas en el rostro que no dan tregua a los años, hay experiencia. A partir del carácter que produce el ceño de su estampa o quizás aquella seguridad con la que ratifica su lugar en el mundo, hay un esposo, un padre, un hijo...no un dios, tan solo un ser humano que puede suturar vidas —El profesional tiene que ser humano, si este no lo fuera; sería un robot. Yo veo la humanidad y la profesionalización como una amalgama, una mezcla en la que no se puede definir el límite —concluye con claridad. Reconoce que la obtención de un órgano es un proceso en el que la humanidad está por encima de cualquier regla formal o protocolo. La conversación escala poco a poco, mientras los haces de luz hacen viva la mañana y la imponente vista se alza enfrente del consultorio. El médico posee una habilidad innata para cautivar, es así que no puede evitar proferir palabras como servicio, humanidad o profesión entre el sumario de sus vocablos.


Este hombre sabe que su función terrenal es manifestar el arte de sanar, además de perfeccionar su propia esencia interior, sus gestos denotan un tinte de sensibilidad y tolerancia. También, confiesa que ser parte del proceso evolutivo del paciente es gratificante, aunque no todos los resultados son positivos, dado que no está garantizada la posibilidad de vida en este. Sin embargo, cuando le preguntamos ¿cuál ha sido su situación más difícil? se dirigió al cajón de los recuerdos, vagando entre breves segundos, luego respondió —En un trasplante, justo cuando me estaba entrenando, un riñón no funcionó. Se trasplantó y a la hora tuvo que retirarse del paciente, porque se produjo trombosis aguda en el injerto y se perdió el riñón. Fue una situación compleja. En muchas de las situaciones difíciles los pacientes fallecen por otros casos. No obstante, algunos se vuelven amigos de toda la vida y uno termina teniendo una relación filial de amistad con ellos y le duele cuando esto sucede — advierte con un tono casi melancólico.


Hace diecisiete años el mismo individuo que está al frente de nuestros ojos vivía su primer trasplante. Todo sucedió en la clínica San Pedro Claver de Bogotá, cuando realizaba la última rotación de nefrología. No obstante, la inexperiencia envolvía su cuerpo al vislumbrar la cirugía. De allí, de ese instante en el que apenas era un espectador, surgió su admiración por aquellos que requieren de manos diestras para curar la insuficiencia renal. Ahora este médico con unos años de más, rememora este período — Es una experiencia maravillosa, porque es volver a ver como un paciente que estaba limitado por su diálisis, pasa a tener una vida normal. Un deber cumplido muy gratificante —. Al mismo tiempo, alcanza un aspecto regocijado, quizás se deba a imágenes pronunciadas en su mente. Las mismas que lo llevaron hacia el viaje de un pasado, así, articula espontáneamente los términos exactos para describir esa inolvidable vivencia. A su vez, exclama con un tono grave —¡por algo me dedico a esto!

— admite, demostrando el gran afecto que tiene por la medicina interna, una labor dedicada al control de las personas antes y después de la cirugía. A pesar de todo, el doctor del 506 muestra ser empático ante el sufrimiento de sus pacientes y no se detiene a hacer lo que más goza en su vida: la nefrología.


En medio de la búsqueda personal de este médico cuyabro, descubrimos que volvió desde Bogotá a su tierra natal para servir a la sociedad. Ese ideal tan humilde compone la personalidad de un ser que expone su vida profesional de manera emocionante, a la vez que habla de los momentos que guarda para su esposa y sus hijas. Seguidamente, adopta una mirada reflexiva y responde a la pregunta que muchos profesionales aún siguen sin responder: ¿cuál es el deslinde entre la profesión y la humanidad? Se enfrenta, pues, con su tiempo laboral y familiar, aunque así, dice con seguridad —No se puede perder la humanidad. Se pierde cuando se deja de estar con la familia. Es maravilloso dedicarle tiempo al trabajo, pero también a las personas queridas. Se debe incluir momentos para otras actividades como desayunar, almorzar, comer, estar pendiente de mis dos hijas; una de trece años y la otra de doce, ayudarle a hacer las tareas, estar con mi esposa, ver cine, televisión, leer un libro y jugar. No se puede dejar la otra parte de la humanidad, si esta se deja a un lado, la profesión se convierte en un calvario. Al contrario, se debe trabajar como si todos los días fueran vacaciones —dice con un tono formal. Desde la perspectiva de su vocación, se desmiente el mito que se tiene sobre el tiempo de los doctores. Por lo tanto, debe haber un balance entre la profesión y la vida íntima.


Por otro lado, es preciso aclarar que el proceso natural que origina esta historia empieza desde la mismísima formación de múltiples átomos que se abrazan para concebir la cápsula que engendrará la vida. El ADN biológico, capaz de desarrollar el aliento de un ser, pacta un algoritmo perfecto para la sintonía de un riñón. En la cuarta semana de gestación las células se agrupan y el cuerpo está listo para poseer la maravilla del órgano que depura el interior. La historia genética de cada humano determina el destino de aquella pieza que funciona sin cesar, sin embargo, no todos los organismos se configuran de manera positiva. En muchos casos la imperfección de un riñón recae en malformaciones durante el proceso del embarazo o deficiencias en el transcurso de la vida. Es allí cuando la donación se convierte en la única puerta de esperanza para el sistema de un riñón averiado, ofrecer un órgano es dejar que la vida perdure en un cuerpo ajeno.


¿Qué existe entonces más allá de las fronteras del 506? Un hombre, un nefrólogo que proclama esta frase sin parar — somos humanos y no podemos dejar de sentir, porque si dejamos de sentir perdemos nuestra esencia.


Finalmente, donar es reconstruir un alma fatigada.

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