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En tiempos de pandemia, ¿para qué nos sirve el dogma religioso?

Por estos días de confinamiento y crisis viral, alguien inquirió mi pensamiento personal acerca del Coronavirus y de sus posibles efectos a futuro. Después de haber dado mi respuesta —en la que aludí varias veces a la ciencia y a las precauciones de higiene como método eficaz para resolver este asunto— mi interlocutor me observó con expresión obstinada y afirmó con tono apocalíptico: “la ciencia podrá hacer alguna cosa, pero todo está escrito en la biblia. A ustedes se les advierte, pero no quieren escuchar”. Unos días antes de este suceso, le había expresado a otra persona por un medio indirecto —un chat que no era mío— mis deseos de escribir una columna de opinión acerca de la inutilidad de las creencias religiosas en los momentos de cataclismos pandémicos. La idea no pareció agradarle y entramos en un caluroso debate. Al final me calificó de prejuicioso, a lo cual le siguió una síntesis que me llamó la atención: “es injusto que compare las creencias con la ciencia en términos de efectividad para hacer frente a una peste viral. Obviamente las instituciones religiosas van a quedar en desventaja”. En realidad, concuerdo con él: es precisamente lo injusto de la comparación lo que justifica la nulidad implícita del dogma religioso, que en este caso sería la del judeocristianismo como creencia imperante de nuestra realidad cultural.


En una época donde la ciencia convive con nosotros y nos acerca a la realidad objetiva en términos de leyes físicas, químicas, biológicas y tecnológicas, el apego religioso hacia lo sobrenatural me impresiona sobremanera. Antaño, cuando nuestro conocimiento acerca de la medicina y la microbiología eran deficientes, atribuir las enfermedades y las desgracias humanas a entidades divinas suponía un razonamiento muy lógico. Si ocurría un desastre natural, tenía que ser porque tal o cual dios se había enojado. Si en la edad media la gente se moría de Peste negra, seguramente Jehová nos estaba castigando por nuestros pecados y desidias. En su infinita ignorancia, la gente no podía encontrar razones más sofisticadas que explicaran las enfermedades y la muerte, que no fueran otras que apelando a entes divinos. En ese sentido, debido a que la biblia es un libro que fue escrito por hombres que carecían de conocimiento científico y se nutrían de las historias míticas de su tiempo, no es de extrañar que el aluvión de historias bíblicas que hablan acerca de epidemias y desastres estén relacionadas con Dios.


Hoy la cosa ya no es tan sencilla. Si hay hambruna, ya no podemos sacrificar unos cuantos niños para complacer a Jehová y que así interceda por nosotros (2 Sm 21: 6-9); si queremos combatir el Coronavirus, degollar un cordero inocente (éxodo 12: 13) para untar sangre sobre las puertas y evitar que el Ángel de la muerte cruce el umbral para asesinarnos, parece una idea totalmente descabellada. Ni siquiera miles de plegarias a Cristo (el cordero de Dios) parece ser una opción convincente. Contrariamente a esto, lavarnos las manos, usar desinfectantes y ponernos el tapabocas cuando es necesario, parece ser algo que todos damos por sentado. Confiamos en el jabón porque este tiene una propiedad que puede destruir el virus, y esto lo sabemos gracias a la ciencia. De hecho, todo a nuestro alrededor está permeado por el avance tecnológico y científico, lo cual repercute en una contrariedad directa en contra de las creencias sobrenaturales. Si el lector no lo cree, nada más eche un vistazo a las cosas que usa y consume diariamente (luz eléctrica, gas, productos de aseo, celulares, computadores, etc) y pregúntese qué relación tiene esto con los juicios religiosos que lo gobiernan.


Si Dios tiene tan poca injerencia en los asuntos humanos, ¿por qué lo seguimos mentando en estos momentos de pandemia? En el fondo, todas las personas sensatas somos conscientes de que las creencias en el dogma cristiano y en las iglesias, obedecen más a una inclinación introspectiva y cultural. Somos seres sociales que tendemos a imitar lo que vemos, o lo que nos impacte emocionalmente. Si todo mundo dice que Dios existe, y a eso le agregamos el deseo de pertenecer a un grupo específico que nos proporcione identidad, pues simplemente damos por sentado que el dogma es real. Sin embargo, concuerdo con el ateo Richard Dawkins cuando expresaba que la religión es de ciencia. Puesto que en términos científicos es muy improbable que un ser sobrenatural exista e intervenga en la vida de los seres, podemos dar por sentado que Dios, o los dioses, son un mito, una creación humana. Indudablemente, esto hace añicos no sólo el dogma cristiano, sino cualquier dogma religioso sobrenatural.

En definitiva, la pandemia actual nos permite demostrar lo que todo mundo ya debería saber: que Dios es un espejismo. Esto es así incluso para las instituciones religiosas que lo avalan. En medio de la crisis, si hay un lugar de donde se haya despojado a Dios, es de las iglesias. Basta con mirar la cantidad de templos que se han cerrado para comprobarlo. ¿Qué coherencia tiene eso? Ninguna. Me parece que la sentencia es simple: Dios ha muerto.


Invitado de Clúster Prensa: Lic. en Español, Ciro Andrés Pérez G.

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